La última gran noticia había sido el regreso de Napoleón de la isla de Elba y su reino de 100 días concluido en Waterloo. La crisis del sistema republicano se extendía por el Viejo Mundo y era notorio que volvían a florecer las monarquías, luego del Congreso de Viena, en el que se produjo un nuevo ordenamiento europeo y de las colonias. En tanto se busca la unión, un inglés inventa la maquinita de la fragmentación: el calidoscopio. Buenos Aires está lejos de Europa pero intima con ella todos los días a través del comercio y la política. Si bien se sabe aquí que Benjamin Constant acaba de escribir “Adolfo” y que Rossini asombró con su estreno de “El barbero de Sevilla”, otras preocupaciones mueven a los 471.000 habitantes del país. Los ensayos vienen fracasando desde 1810 y se hace necesario “dar la cara” al exterior. En Enero Brown anda por el Perú hostigando a cañonazos la fortaleza del Callao.
En Marzo el país teje la urdimbre de una nueva vida y declara abierto el Congreso de Tucumán. Pero no todos comprenden el paso que hay que dar. El Diputado mendocino Godoy Cruz le escribe al Coronel San Martín: “La independencia no es soplar y hacer botellas”. Y recibe algo más que una respuesta: “Mil veces más fácil es hacer la independencia que el que haya un sola americano que haga una sola botella”. En medio de la anarquía el caudillo Artigas se enseñorea en Entre Ríos y se envía a Díaz Vélez con una división para que frene al oriental. Cae el Directorio de Alvarez Thomas y tras semanas de trabajo el Congreso de Tucumán declara la Independencia, adopta la bandera creada por Belgrano, elige por unanimidad “como único himno nacional” al creado por López y Planes en 1813. También designa a Pueyrredón como nuevo Director Supremo y eleva al Coronel San Martín al grado de Capitán General poniéndolo a la cabeza del Ejército de los Andes, al par que eleva la asignación del ejército de 5.000 a 8.000 pesos mensuales. Se sabe, además, de dónde saldrá el dinero: los comerciantes españoles - como contribución de guerra - deberán costear “por lo menos un soldado cada uno”.
Por “El Redactor” del Congreso la “nueva” llega a Buenos Aires. La ciudad deja su vida propia y se prepara para un destino mayor. Se come bien - hay una faena diaria de 300 vacunos - pero faltan legumbres, leche y otros alimentos. Carne, galleta y mate, hacen la dieta lógica del porteño. Por su parte, la Aduana responde ampliamente por otras necesidades. Se piensa en el futuro y Rivadavia gestiona ante Pueyrredón la venida al país del sabio francés Aimé Bonpland, en tanto Belgrano ve concretado su sueño de una academia de matemáticas, en el que lo acompaña Felipe Senillosa. A todo esto, se descubre que mediante el arsénico los cueros duran indefinidamente “y ya no se tirán más”: aumentan su valor y la región se enriquece repentinamente.
Los negros sonríen más ya que se declara acto de piratería su trata y la Constitución los reconoce seres libres. Las quejas del vecindario apuntan contra la cárcel, vecina del Cabildo. Nadie gusta del espectáculo denigrante de los presos que salen diariamente de ella, engrillados, en busca de agua, o de los insultos que profieren desde las ventanas a los peatones. Mucho menos cuando salen al alba o al anochecer, en los meses de verano, a matar perros vagabundos a garrotazos. Pero resulta que hay ya médicos inquietos que desde el Protomedicato de Buenos Aires ponen el grito en el cielo. Se los escucha y entra en vigencia “el reglamento preservativo del mal de la rabia” que ellos mismos redactan y en el que se recomienda abstenerse de comer comidas picantes y “bebidas espirituales” de ser mordidos, al par que instan al exterminio de “perros sin bozal o collar”. El esparcimiento público tiene su centro en el Retiro y en el ruedo que allí se levanta. Una pasión a la que no escapa un joven militar que acaba de ser padre en Mendoza de una niña a quien pone el nombre de Merceditas. San Martín es asiduo y en sus momentos libres asiste al espectáculo. En uno de ellos aplaude a rabiar el trabajo de un picador autóctono: el Teniente de Granaderos Juan Lavalle. En Buenos Aires el furor lo hace la Lotería. Se juega los martes frente al Cabildo y con numeroso público. Los números -"cédulas"- se venden durante la semana en las esquinas. Un suceso pintoresco es comidilla porteña: se escapa un mono perteneciente a la familia Morel y al invadir el mercado y campamentos de negras que venden patas de vaca cocidas, chicha, tortas y huevos, origina un desorden descomunal, hiriendo a varias de ellas y ahuyentándolas del lugar. Se prosigue con las obras de la Catedral y se colocan torres nuevas al templo de San Francisco, al que se considera el primero que tuvo Buenos Aires cuando se lo llamaba “el templo de las Once Mil Vírgenes de Buenos Aires”. Para que los argentinos comiencen a sentirse con pasado el deán Funes decide publicar la primera Historia Argentina que se conoce hasta esos días.
En Marzo el país teje la urdimbre de una nueva vida y declara abierto el Congreso de Tucumán. Pero no todos comprenden el paso que hay que dar. El Diputado mendocino Godoy Cruz le escribe al Coronel San Martín: “La independencia no es soplar y hacer botellas”. Y recibe algo más que una respuesta: “Mil veces más fácil es hacer la independencia que el que haya un sola americano que haga una sola botella”. En medio de la anarquía el caudillo Artigas se enseñorea en Entre Ríos y se envía a Díaz Vélez con una división para que frene al oriental. Cae el Directorio de Alvarez Thomas y tras semanas de trabajo el Congreso de Tucumán declara la Independencia, adopta la bandera creada por Belgrano, elige por unanimidad “como único himno nacional” al creado por López y Planes en 1813. También designa a Pueyrredón como nuevo Director Supremo y eleva al Coronel San Martín al grado de Capitán General poniéndolo a la cabeza del Ejército de los Andes, al par que eleva la asignación del ejército de 5.000 a 8.000 pesos mensuales. Se sabe, además, de dónde saldrá el dinero: los comerciantes españoles - como contribución de guerra - deberán costear “por lo menos un soldado cada uno”.
Por “El Redactor” del Congreso la “nueva” llega a Buenos Aires. La ciudad deja su vida propia y se prepara para un destino mayor. Se come bien - hay una faena diaria de 300 vacunos - pero faltan legumbres, leche y otros alimentos. Carne, galleta y mate, hacen la dieta lógica del porteño. Por su parte, la Aduana responde ampliamente por otras necesidades. Se piensa en el futuro y Rivadavia gestiona ante Pueyrredón la venida al país del sabio francés Aimé Bonpland, en tanto Belgrano ve concretado su sueño de una academia de matemáticas, en el que lo acompaña Felipe Senillosa. A todo esto, se descubre que mediante el arsénico los cueros duran indefinidamente “y ya no se tirán más”: aumentan su valor y la región se enriquece repentinamente.
Los negros sonríen más ya que se declara acto de piratería su trata y la Constitución los reconoce seres libres. Las quejas del vecindario apuntan contra la cárcel, vecina del Cabildo. Nadie gusta del espectáculo denigrante de los presos que salen diariamente de ella, engrillados, en busca de agua, o de los insultos que profieren desde las ventanas a los peatones. Mucho menos cuando salen al alba o al anochecer, en los meses de verano, a matar perros vagabundos a garrotazos. Pero resulta que hay ya médicos inquietos que desde el Protomedicato de Buenos Aires ponen el grito en el cielo. Se los escucha y entra en vigencia “el reglamento preservativo del mal de la rabia” que ellos mismos redactan y en el que se recomienda abstenerse de comer comidas picantes y “bebidas espirituales” de ser mordidos, al par que instan al exterminio de “perros sin bozal o collar”. El esparcimiento público tiene su centro en el Retiro y en el ruedo que allí se levanta. Una pasión a la que no escapa un joven militar que acaba de ser padre en Mendoza de una niña a quien pone el nombre de Merceditas. San Martín es asiduo y en sus momentos libres asiste al espectáculo. En uno de ellos aplaude a rabiar el trabajo de un picador autóctono: el Teniente de Granaderos Juan Lavalle. En Buenos Aires el furor lo hace la Lotería. Se juega los martes frente al Cabildo y con numeroso público. Los números -"cédulas"- se venden durante la semana en las esquinas. Un suceso pintoresco es comidilla porteña: se escapa un mono perteneciente a la familia Morel y al invadir el mercado y campamentos de negras que venden patas de vaca cocidas, chicha, tortas y huevos, origina un desorden descomunal, hiriendo a varias de ellas y ahuyentándolas del lugar. Se prosigue con las obras de la Catedral y se colocan torres nuevas al templo de San Francisco, al que se considera el primero que tuvo Buenos Aires cuando se lo llamaba “el templo de las Once Mil Vírgenes de Buenos Aires”. Para que los argentinos comiencen a sentirse con pasado el deán Funes decide publicar la primera Historia Argentina que se conoce hasta esos días.
1 comentario:
La verdad que muy muy interesante.
Eso que quiero decirles que llegue a este arituclo de pura casualidad!! (estaba buscando en realidad delivery en Belgrano), pero bueno, me enganché con la lectura y no podía dejar de comentar y agradecerles por haber compartido esta publicación.
Saludos!
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